Basta un instante, una llamada, un giro del destino para que todo cambie. Sin embargo, seguimos viviendo como si tuviéramos el tiempo garantizado, exigiendo al presente más de lo que puede dar, postergando lo simple por la utopía de lo perfecto, y cargando el día a día con una presión que ni el alma ni el cuerpo pueden sostener.
Nos estresamos cuando las cosas no resultan como imaginábamos, nos frustramos cuando los demás no responden según nuestras expectativas. Llenamos nuestras agendas de tareas y metas, convencidos de que allí encontraremos una vida “plena”. ¿Qué valor tiene todo ese esfuerzo si mañana, sin previo aviso, todo puede desmoronarse?
La fragilidad de la vida no es un motivo de angustia, sino una invitación a despertar. Nos llama a mirar alrededor con más atención y ternura, a reconectar con las emociones que dejamos atrás en medio de la prisa. Con la risa compartida sin motivo, con el rayo de sol que atraviesa la ventana, con ese instante de silencio que no necesita explicación. Es un regreso a lo esencial.
Quizás la clave no esté en buscar grandes momentos, sino en aprender a disfrutar los pequeños. En lugar de buscar experiencias extraordinarias que suelen traer consigo ansiedad y expectativas, podemos volver a maravillarnos con lo cotidiano: el aroma del café al despertar, una caminata sin prisa, una conversación sin pantallas.
El camino hacia una vida más presente y auténtica comienza cuando aprendemos a soltar el control. Implica liberarnos de la exigencia de que todo deba ser significativo, productivo o perfecto. Significa desprendernos de las expectativas rígidas que cargamos sobre nosotros mismos y sobre quienes nos rodean.
La carga emocional no desaparece al ignorarla. Lo que no se expresa se refleja en el cuerpo: dolores de estómago, colon irritable, migrañas, tensiones musculares. El cuerpo dice lo que el alma calla. A veces, lo que necesitamos para sanar no es un medicamento, sino aprender a vivir de otra manera, con menos presión y más presencia.
“Carpe diem” no es solo una frase bonita para imprimir o tatuarse; es un recordatorio urgente de que cada día importa. No mañana, no el fin de semana, no cuando todo esté “en orden”. Vivir el presente no significa ser irresponsables ni renunciar a los planes. Significa reconocer que este momento es lo único que realmente tenemos y que merece ser vivido plenamente, sin la carga constante de exigencias, sin esperar que todo sea extraordinario, sin esperar “algo más”.
La vida es frágil, sí. Pero esa fragilidad es también su belleza, recordándonos lo precioso de cada instante. Tal vez, la mejor manera de honrarla no sea aferrarnos, sino aprender a soltar las expectativas, la necesidad de controlar, la presión de lo que “deberíamos” ser. Soltar no significa rendirse; significa liberarse, abrir espacio para que la vida llegue con toda su intensidad y sencillez.
Beatriz Raimann, Terapeuta Familiar de CETESFAM, Puerto Montt.

Que buen artículo de Beatriz Raimann. Se lo estoy enviando a varias personas que se que les va a ayudar. Gracias!!