En los últimos años, el término «neurodivergencia» se ha comenzado a
escuchar con mayor frecuencia en nuestra vida cotidiana. La Neurodivergencia
hace referencia a aquellas personas cuyo cerebro funciona de manera
diferente a la norma establecida, incluyendo condiciones (no patologías) como
el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), el Trastorno del
Espectro Autista (TEA), la dislexia, entre otras. Sin embargo, la clave para que
estas diferencias no se conviertan en barreras insalvables es un buen
diagnóstico temprano y el apoyo adecuado por parte de la familia y el entorno
escolar.
Obtener un diagnóstico claro es fundamental para comprender la manera en
que una persona neurodivergente percibe y procesa el mundo. Muchas veces
el proceso de evaluación puede ser largo, costoso y complicado por la falta de
información o de especialistas capacitados a nivel regional y nacional. La falta
de un diagnóstico oportuno puede generar confusión, frustración y dificultades
emocionales, afectando el bienestar de la persona y su relación con los demás,
pudiendo, en ocasiones, transformar una condición manejable en una
patología.
El papel de la familia es crucial. El proceso que se vive es complejo ya que
implica reajustar expectativas y afrontar una realidad desconocida. No
obstante, la comprensión y el acompañamiento de padres, madres y
cuidadores pueden marcar la diferencia entre un desarrollo saludable y una
experiencia de exclusión y sufrimiento. Cuando una familia mira con empatía y
apertura esta nueva realidad, puede proporcionar estrategias y herramientas
adecuadas para que la persona neurodivergente desarrolle su potencial sin
sentirse inadecuada o incomprendida. La información, el acceso a redes de
apoyo y el acompañamiento profesional también juegan un papel clave en el
proceso de adaptación y aceptación.
El entorno escolar es otro pilar fundamental. Las escuelas no solo deben estar
informadas sobre la neurodivergencia, sino que también deben estar
preparadas para ofrecer recursos, adaptaciones y un ambiente inclusivo. Esto
no implica necesariamente diseñar programas especiales, sino asegurar que la
metodología de enseñanza sea flexible y permita a todos los estudiantes
aprender según sus propias habilidades y ritmos. Profesores capacitados en
estrategias inclusivas y en el manejo de la diversidad pueden marcar la
diferencia entre un estudiante que florece y otro que se siente excluido.
La combinación de un diagnóstico adecuado y oportuno, el apoyo familiar y un
entorno escolar inclusivo e integrativo permite que las personas
neurodivergentes puedan desarrollar su potencial sin barreras. La
neurodiversidad no es un problema que deba «corregirse»; es una realidad que
debemos aprender a comprender y valorar. Es responsabilidad de todos
nosotros garantizar que las diferencias neurológicas no sean un obstáculo para
el bienestar, sino una expresión más de la riqueza de la diversidad humana.
Sebastián Uriarte, Psicólogo
