Mirar el invierno

Junio lleva de la mano haciendo rondas de frío. El temporal hace crujir las casas y los huesos se entumen. El viento se cuela por las rendijas como los relatos alrededor del fuego. Se hilvanan historias, a veces, se zurcen heridas.

El invierno huele a cazuela, chicharrones, pan amasado y sopaipillas con chancaca. También huele a humo y mate.

Estación de extremos que remece con lluvias fuertes o nevazones; derrumbes o desbordes. La fragilidad del hombre se vuelve más evidente, empequeñece, al lado de la fuerza de la naturaleza que gobierna.

Hay personas que sufren y las frazadas no alcanzan. Duele pensar en quienes están en situación de calle. El invierno interpela. Se tejen las campañas de ayuda solidaria y se ruega lleguen los esperados días de “buen clima”, se añora el veranito de San Juan, como una pequeña tregua.

El invierno también puede ser un tiempo para mirarse, para aprender de otros y resignificar que lo obvio no es tan obvio. El techo puede salir volando y las latas desprenderse. Se caen ganchos, se rompe lo que no quedó bien guardado.

A veces, en la propia vida, ocurre lo mismo. Hay tiempos de mucho dolor emocional, donde crujen los recuerdos de historias tristes que quisieran no ser contadas, pero están ahí, gobernando el día a día como metidos dentro de un escondite. Hay que darles un espacio de salida y abrigo, hay que sanar los corazones heridos. Para eso estamos los terapeutas, para dar cabida a un tiempo largo, soleado, que acompañe con el calor interior que surge cuando la propia melodía suena mejor. Donde los vendavales pasados, presentes o que estén por venir, no signifiquen una amenaza, al contrario, representen un aprendizaje, ya sea previniendo o restaurando las vigas maestras.

La terapia también puede abrir la posibilidad de encontrar herramientas que permiten arreglar las relaciones interpersonales en cuanto a revisar los límites, comparado con los cercos del campo o con los del vecino en la ciudad; ¿hasta dónde llegas tú, hasta dónde llego yo? Colocar límites se aprende, así como cuando colocamos la toalla en la ventana para que no se cuele el viento o el agua.

Mirando la terapia, ésta también puede ser vista como un espacio de refugio, así como nos resguardamos bajo la garita, la marquesina o bajo el galpón en el campo; la terapia puede ser un momento para detenerse y aprender mientras se sobrelleva la lluvia torrencial. El paraguas, el abrigo o las botas son los implementos que, metafóricamente, se pueden encontrar en un proceso de cooperación con alguien especializado, que nos permitirán caminar mejor y mirar lo que ocurre con otros ojos, encontrando una mirada nueva, construida con respeto que desempañe los cristales que nos ayudarán a mirar y mirarnos mejor.

Fabiola Hott